La educación del ser humano responde a un hecho social, primeramente por

tratarse de relaciones entre humanos y, en segundo término, por

desarrollarse en un espacio de encuentro con reglas especificas, a través del

cual “un sujeto pretende modificar la conducta de otro mediante la

transmisión de ciertos contenidos culturales” (Luengo 2004: 14). De este

modo la educación, es entendida por el autor, como un proceso en el que se

adquieren ciertos comportamientos comunes al grupo y le permiten ser

semejante a sus homólogos.

Es oportuno referir que el ser humano no nace formalmente educado, sino

que en primera instancias lo hace de forma empírica y posteriormente a

través de instituciones creadas para tal fin, desde donde puede adquirir

habilidades y destrezas para alcanzar niveles de conocimiento. La educación

formal en la que participa el ser humano, en diferentes ámbitos geográficos,

se desarrolla a través de etapas, en cada uno de los cuales adquiere

diferentes estadios de aprendizaje de acuerdo con su edad cronológica y

edad mental.

El proceso enseñanza aprendizaje que se desarrolla en estos primeros

niveles, que van desde preescolar hasta finalizar el bachillerato, cumplen con

rituales impuestos que resultan castradores y frustrantes para muchos

estudiantes, por la forma en la que tradicionalmente se desarrolla el proceso

de enseñanza y aprendizaje. Posteriormente, se deben incorporar al sistema

educativo universitario conformado por los estudios de pregrado, cursados

en instituciones denominadas universidades, en las que se promueve, en la

mayoría de los casos, una formación del ser humano con la transmisión

positivista del conocimiento y donde la función del docente se limita a la de

un técnico experto en la aplicación de un grupo de reglas para dirigir la

conducta de los estudiantes.

Esta visión técnico instrumental de la práctica docente tiende a

deshumanizar el proceso de enseñanza y aprendizaje; además, lleva al uso

de un modelo de formación en el que se prolonga a las ciencias humanas los

métodos utilizados por las ciencias naturales con sus premisas de

objetividad, imparcialidad y la superioridad de la razón contra lo valorativo. El

estudiante es pensado como objeto y la formación como el apropiado

proceso encaminado hacia una superior productividad a través del imperio de

la técnica. Estos propósitos son las premisas del pensamiento economicista

que cercena al individuo, alejándolo de su responsabilidad social y

transformándolo en una máquina, sin capacidad para la diatriba, al servicio

de la generación de capital para el progreso económico.

Desde este aspecto, los escenarios de formación han llevado a los

estudiantes a un proceso acompasado de deshumanización. En este sentido,

sostiene Delgado (2001:34) que El grado de disminución de la condición 

humana del educando en la educación tecnocrática, se observa cuando se aplican

procedimientos científicos para optimizar el aprendizaje y lograr

una mayor eficiencia en lo instrumental. Los métodos y técnicas

de investigación y las prácticas educativas se fundamentan en el

condicionamiento con la aplicación de los principios de la teoría

conductista y neoconductista de carácter instrumental por medio

del refuerzo, sin la participación consciente y crítica del sujeto

involucrado.

Desde esta perspectiva, se ha venido encontrando la ausencia de un

ejercicio reflexivo y analítico que va en contra de una formación con

compromiso social y que se hace indudable la presencia de una acción

pedagógica eminentemente técnica. Esta disminución de toda actuación

analítica es, sin duda, el conflicto más grave de la educación actual. Si sólo

se conoce para inventar algo, el sentido ético, humano y cultural del proceso

de enseñanza y aprendizaje se pierde como resultado lógico e ineludible.

Dentro de este argumento, el discurso del docente dentro de los escenarios

de formación son esencialmente de poder y control. En este sentido, se

mantiene la reproducción de criterios disciplinarios, de la ética de la

obligación, la estructura jerárquica-piramidal y el control por labores y

habilidades. Los escenarios de formación se han convertido en creación de

destrezas a través de la práctica de control que se realizan sobre los

alumnos. La enseñanza, en el cuadro detallado, es la formación de destrezas

encaminadas a robustecer el pensamiento economicista de la educación.

A tal efecto, los escenarios de formación propician un proceso de ajuste a las

reglas y conductas empresarialmente aceptadas y requeridas en el campo

laboral del futuro egresado; pero, también invalidan los rasgos de conducta y

naturaleza humanas que son imprescindibles para el conocimiento: la

inquisición, la investigación, la capacidad de asombro, el provecho particular,

el goce por saber y compartir ideas. Todos estos elementos necesarios para

la edificación de un saber significativo. Este contexto tiene como

consecuencia la preparación y adiestramiento del pensamiento y el ejercicio

simplificador y redundante que proporciona estudiantes pasivos e

indiferentes. La relación entre el docente y el alumno es de poder que se

demuestra en el dominio en el que el estudiante es un objeto pasivo del

proceso formativo, recipiente de los conocimientos ofrecidos por el

pedagogo, quien es el componente activo.

De acuerdo con lo expresado anteriormente, en los escenarios de formación

se forja el aprendizaje a través de destrezas técnicas en donde la función del

docente es de un experto versado en el cumplimiento de un grupo de reglas

que indican la conducta de los estudiantes y agilizan proceso de enseñanza

y aprendizaje. Se reduce, entonces, la producción del conocimiento a una

escueta lista de instrucciones, un medio, unas maneras, una herramienta que

determina el sentido de la práctica pedagógica. Por tanto, se olvida la

dimensión significativa del ejercicio educativo que conlleva consecuencias

morales, peculiares e ideales no idóneas para la tecnificación. En este

sentido, asevera Márquez (1995:68) que cuando el concepto de racionalidad

instrumental “es trasladado a lo educativo, se asume que nuestra sociedad

requiere sólo de la presencia de expertos y técnicos que dominen el arte de

aplicar los medios a fines y evalúen las consecuencias”.

Sin duda, que en los escenarios de formación se ha utilizado un modelo

técnico instrumental para la creación, que es más bien transmisión, del

conocimiento como una manifestación de poder en la formación de los

estudiantes. Donde los profesores gestionan y desempeñan un programa en

vez de desplegar críticamente el currículo. Como resultado, los contenidos de

los programas han estado sometidos a una disposición conductista con

preponderancia en el dominio de áreas de materias y de formas de

enseñanza. Para lo cual el pedagogo es un operador del conocimiento de

contenido profesional.

Sin embargo, actualmente no sólo los alumnos, sino igualmente las

comunidades, están descontentos por la educación transferida, o más bien

por la manera en que se instruye. La conducta de los estudiantes de hoy no

son parecidas a la de años anteriores, tampoco lo son sus requerimientos, ni

sus predilecciones, ni sus maneras de pensar, etc. Es por ello, que cuando

un docente efectúa estrategias de enseñanza y aprendizaje que se

usaban en tiempos pasadas, ello propicia en los discípulos

censuras. Al enseñar se establecen las circunstancias para la elaboración o

la edificación de nociones; esto es distinto a transferir conocimiento.

En este momento histórico, ha cobrado un nuevo impulso la actuación del

pedagogo en el desempeño de las metas de los educandos en un cosmos

inseguro, confuso e invadido de colosales desafueros y diferencias. Dado

este compromiso importante del profesor, es oportuno detenerse en unas

palabras de Carr (1996:56), quien reseña que los escenarios de formación se

gesta “una actividad intencional desarrollada de forma consciente que sólo

puede comprenderse en relación con el marco de pensamiento en cuyos

términos dan sentido sus practicantes a lo que hacen y a lo que tratan de

conseguir”. De allí, se deriva que la pedagogía está cimentada en la ética, en

el acatamiento al decoro y a la independencia del alumno. El clima de

respeto es fruto de los intercambios justos. Así mismo, asevera que en

Función al respeto es puntual que el pedagógico exprese su acuerdo con el

derecho del alumno a estar involucrado en el cimiento de ideas novedosas.

En ese sentido, el pensamiento de Freire (2008:47) respecto al proceso

enseñanza y aprendizaje, que la noción de que “enseñar no es transferir

conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o

construcción”. De esto se deduce que los discursos en los escenarios de

formación son castrantes, anuladores de ilusiones e ideales; por lo que es

significativo sopesar la idea de ocuparse de los sueños, de los anhelos de los

discípulos. Por ende, si al pedagógico no le es viable provocar quiméricos,

por lo menos no debe impedir que sus alumnos tengan la oportunidad de

soñar. La experiencia educativa de hoy, lo compone el compromiso. Esto se

concibe con una orientación hacia el logro de la independencia del

educando. El agregar el elemento democrático para la certificación del

conocimiento, es imprescindible, porque puede fortificar la reflexión del

estudiante.

En este aspecto, la construcción del conocimiento está dirigida por la

utilización comprometida del mismo, que tiene en cuenta las necesidades de

los educandos; por lo que el profesor está forzado a calificar con prudencia la

conducta de sus discípulos y la interpretación que estos hacen de la

sociedad. Todo ello, con el propósito de que sus estudiantes entiendan la

existencia social y no se formen inmune al ámbito social y económico donde

se desplieguen. Por lo expuesto, es ineludible insistir en el pedagogo como

filósofo transformativo, cuando afirma que los escenarios de formación no

son un lugar neutral. El profesor en su ejercicio legitima necesidades

ideológicas y políticas que establecen los criterios de las disertaciones, los

valores y los intercambios sociales del aula. Igualmente, debe aleccionar a

sus discípulos para ser personas dinámicas y críticas.

Asumir formas de enseñanza orientadas por necesidades políticas que traten

al alumno como sujeto crítico, que generen controversia en el conocimiento,

apele al coloquio fustigador, positivo y apoye la disputa por un mundo

excelente para todos. Para ello, el lugar de partida lo componen los sujetos y

los colectivos en sus distintos ámbitos culturales y no el alumno aislado.

Pero, además del compromiso con el alumno para favorecer la formación de

un ciudadano que opine y transforme, que reclame ante las ilegalidades

económicas, políticas y sociales dentro y fuera de los escenarios de

formación de los saberes económicos, se demanda de un ejercicio cristalino,

legítimo, por parte del pedagógico. En palabras de Freire (2008:35), “quien

piensa acertadamente está cansado de saber que las palabras a las que les

falta la corporeidad del ejemplo valen poco o casi nada. Pensar

acertadamente es hacer acertadamente”, lo que hace viable destacar la

inquisición inocente y recorrer hacia la indagación epistemológica.

De igual forma, a partir de esta configuración, este último escritor obliga al

ejercicio de la enseñanza responsable, donde el alumno alcanza a

posesionarse como ser histórico, transformador de ilusiones. El otro

componente del discernimiento, es el emancipador. Para Habermas (1982:

201) éste “tiene como meta la realización de la reflexión. La fuerza

emancipadora de la reflexión que el sujeto verifica en sí en la medida en que

se hace transparente a sí mismo en su propia genética”. La emancipación

está amarrada al concepto de justicia, por lo tanto va más allá del quehacer

adecuado. Se trata de una etapa de soberanía, independencia, de libertad,

de autonomía, que implica la reflexión y no establece solamente un asunto

particular, ya que “la libertad individual nunca puede separarse de la libertad

de los demás” (Grundy, 1991:35). La emancipación concibe presunciones,

diatribas que tienen que ver con las personas y con la sociedad y “explican

cómo actúan la restricción y la deformación para inhibir la libertad” (Grundy,

1991, p. 38), lo que anula la preferencia de las personas a mentirse y hace

viable que los individuos y los colectivos posean el dominio de sus

existencias de modo independiente y comprometidas. Todo esto lleva a

acciones responsables con la cimentación social de la sociedad.

Estos planteamientos en relación a la importancia de descubrir la realidad

que está por encima del individuo y que se transfiere hacia otros escenarios,

sea a la práctica formativa o a la sociedad y los conceptos de justicia que

encaminan las prácticas, son algunos aspectos esenciales que admiten

conseguir tal caracterización. Los tipos de racionalidad que determinan las

experiencias de los individuos en la sociedad y que componen los

conocimientos, se han transformado en un referente primordial en las

ciencias humanas; por lo tanto, no es raro hallar numerosos mecanismos en

común con el discurso coherente, sensato, vinculador a las distintas

concepciones de los escenarios de formación.

Sin embargo, los escenarios de formación en los saberes económicos se

caracterizan porque cada profesor se convierte en dador de clases o una

especie de “maestro artesano” que procura transmitir el conocimiento, sin

modificación alguna. Es decir, el docente universitario se resiste al cambio y

en contadas ocasiones se prepara para asumir una actitud diferente a la

enseñanza tradicional, por lo que generalmente opta por hacer una repetición

de las prácticas y de las reglas usadas, fuera de contexto, sin considerar el

entorno institucional ni la realidad del ser humano que atienden en cada

jornada académica.

Ante este panorama, la enseñanza en el campo económico permanece en

los programas académicos con técnicas estrictamente mecánicas y con

ribetes casi dogmáticos. En ese sentido Vásquez (2005:14) afirma que:

No hay nada más contraproducente que proponer caminos nuevos

sin iluminarlos, dejando a los caminantes en la angustia y el

sobresalto de no saber a donde tienen que ir, sin un simple mapa

para orientarse en la marcha… Maestros sin claridad o que piensan

que comprenden porque han asumido algunos elementos

tangenciales de la propuesta, sólo pueden crear confusión en los

alumnos. Lo menos malo que puede pasar es que, como sucede

hoy con tanta frecuencia, cambie meramente el discurso del

maestro, pero, debajo de las nuevas palabras y términos, sigan

enquistadas las viejas prácticas.

De acuerdo con el autor citado, no es nada alentador participar en un

proceso de enseñanza en el que los caminos a seguir no estén claros para el

que enseña ni para el enseñado. Esto hace posible afirmar que la

retroalimentación del proceso será nula y los resultados obtenidos serán muy

tristes.

Responden estos planteamientos las ideas de Morin (1990: 132) cuando

afirma que “el aprendizaje universitario es un sistema en el cual existe la

integración, interrelación e interacción entre estudiante, conocimiento,

docente, contexto y ambiente de aprendizaje”. Por lo tanto, en las aulas

universitarias cuando fallan algunas de las partes, se produce un

desequilibrio que se traduce innegablemente en situación de conflictos,

confrontaciones y, en el peor de los casos el desinterés y abandono del que

aprende.

En vista de esto, es necesario que la educación universitaria acepte que para

responder a sus crecientes obligaciones debe atender todo lo social, en

consecuencia tiene que ampliar su accionar para hacer más variado y plural

su escenario de acción, esto conlleva a dejar de ser un recinto cerrado,

permitir la incorporación del entorno y su realidad, con la idea de atender las

necesidades de formación que la sociedad requiere. Esto implica el cambio

de un proceso de suministro de información a un proceso de transformación

personal y colectiva, centrado en la percepción, el pensamiento, la

consciencia, la ética y la formación integral del aprendiz.

De acuerdo con esto es el momento de que, en los escenarios de formación,

los docentes atiendan sus obligaciones de formar las nuevas generaciones

en el marco de la corresponsabilidad y desarrollo sostenible y sustentable del

país. Sin embargo, se entiende que los saberes económicos están pensados

como una ciencia rígida que trata de exponer los fenómenos de intercambio,

asignación y repartición de recursos. Estas maneras de buscar la razón, en

incontables oportunidades, se relacionan con formas inexactas de procesar

el conocimiento concerniente con las dinámicas de las situaciones. Sin

embargo, las corrientes económicas históricamente han estado relacionadas

con el capitalismo monopolista, al aumento de la burguesía apuntalada por el

proceso de industrialización y a la diversificación del comercio nacional e

internacional.

En este sentido, los escenarios de formación en los saberes económicos han

desplegado la edificación del conocimiento transfiriendo la hipótesis de que

es el capitalismo, a juicio de Maza (1985:496), “el orden natural, la armonía

inminente de la vida social, la coincidencia automática entre el interés

individual, libremente ejercitado y el interés social”. Bajo la concepción de

que el capitalismo es el sistema mediante el cual se dilucida el dinamismo

económico. Se ha inculcado a los estudiantes la idea de que las

circunstancias fundamentales para la prevalencia de la calidad de vida es la

posesión privada de los medios de producción, la concentración de las

patrimonios, la rigidez de la organización económica, la elasticidad del

sistema de costos, entre otras.